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El vampiro (Parte 2)

Me gustaba seguirla cuando salía de aquellos pisos anónimos a altas horas de la noche. Deslizándose por las callejuelas, a toda prisa, como si fuera consciente de mi presencia. No necesitaba acercarme demasiado. Ya sabía adónde iba. Me quedaba agazapado entre unos arbustos mientras ella rebuscaba en el bolso hasta dar con las llaves, y entonces se perdía en el interior un edificio que, a fin de cuentas, constituía la única separación real entre ella y yo.

Supongo que si hubiera irrumpido en su casa, haciéndome pasar por un mero repartidor, cualquier día, sin tanto acecho, sin tanta espera, todo habría acabado saliendo bien. Mucho mejor de lo que en realidad acabó. Al fin y al cabo la gente es por costumbre despistada, o mejor dicho, egocéntrica hasta el extremo, y presta escasa o nula atención a lo que sucede a su alrededor. Cualquiera que se cruzara conmigo me olvidaría a los pocos segundos. Pero qué le voy a hacer, sigo mi rutina, que es la que me ha llevado hasta aquí. Siempre esperar una señal. Siempre esperar la inspiración.

Y aquella noche, ya desde el principio, supe que todo era diferente. La veía distinta. Supongo que se debía al hombre que la acompañaba. Debía gustarle de verdad. Se la veía feliz, a decir verdad. Radiante. Por desgracia, no pude acercarme lo suficiente como para estudiarlo con calma. Alto, sin embargo, hombros anchos. Cabello largo, negro. Lo llevó a su casa. Era la primera vez. Los seguí con el ceño fruncido. Como siempre, esperé entre los arbustos que hay delante de su casa, viendo las luces parpadear allí dentro, figuras borrosas a través de las ventanas, moviéndose, jugueteando quizá. Empezaba a cansarme cuando de repente el hombre surgíó del portal , cabizbajo, murmurando, perdiénose de vista al doblar la esquina. Algo me dijo que era el momento de actuar. Y actué.

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